jueves, 23 de diciembre de 2010

El milagro secreto


Y Dios lo hizo morir durante cien años y luego
lo animó y le dijo:
-¿Cuánto tiempo has estado aquí?
-Un día o parte de un día, respondió.
Alcorán, II, 261.
La noche del catorce de marzo de 1939, en un departamento de la Zeltnergasse de
Praga, Jaromir Hladík, autor de la inconclusa tragedia Los enemigos, de una
Vindicación de la eternidad y de un examen de las indirectas fuentes judías de Jakob
Boehme, soñó con un largo ajedrez. No lo disputaban dos individuos sino dos familias
ilustres; la partida había sido entablada hace muchos siglos; nadie era capaz de nombrar
el olvidado premio, pero se murmuraba que era enorme y quizá infinito; las piezas y el
tablero estaban en una torre secreta; Jaromir (en el sueño) era el primogénito de una de
las familias hostiles; en los relojes resonaba la hora de la impostergable jugada; el
soñador corría por las arenas de un desierto lluvioso y no lograba recordar las figuras ni
las leyes del ajedrez. En ese punto, se despertó. Cesaron los estruendos de la lluvia y de
los terribles relojes. Un ruido acompasado y unánime, cortado por algunas voces de
mando, subía de la Zeltnergasse. Era el amanecer, las blindadas vanguardias del Tercer
Reich
entraban en Praga.
El diecinueve, las autoridades recibieron una denuncia; el mismo diecinueve, al
atardecer, Jaromir Hladík fue arrestado. Lo condujeron a un cuartel aséptico y blanco,
en la ribera opuesta del Moldau. No pudo levantar uno solo de los cargos de la Gestapo:
su apellido materno era Jaroslavski, su sangre era judía, su estudio sobre Boehme era
judaizante, su firma delataba el censo final de una protesta contra el Anschluss. En
1928, había traducido el Sepher Yezirah para la editorial Hermann Barsdorf; el efusivo
catálogo de esa casa había exagerado comercialmente el renombre del traductor; ese
catálogo fue hojeado por Julius Rothe, uno de los jefes en cuyas manos estaba la suerte
de Hladík. No hay hombre que, fuera de su especialidad, no sea crédulo; dos o tres
adjetivos en letra gótica bastaron para que Julius Rothe admitiera la preeminencia de
Hladík y dispusiera que lo condenaran a muerte, pour encourager les autres. Se fijó el
día veintinueve de marzo, a las nueve a.m. Esa demora (cuya importancia apreciará
después el
lector) se debía al deseo administrativo de obrar impersonal y pausadamente, como los
vegetales y los planetas.
El primer sentimiento de Hladík fue de mero terror. Pensó que no lo hubieran arredrado
la horca, la decapitación o el degüello, pero que morir fusilado era intolerable. En vano
se redijo que el acto puro y general de morir era lo temible, no las circunstancias
concretas. No se cansaba de imaginar esas circunstancias: absurdamente procuraba
agotar todas las variaciones. Anticipaba infinitamente el proceso, desde el insomne
amanecer hasta la misteriosa descarga. Antes del día prefijado por Julius Rothe, murió
centenares de muertes, en patios cuyas formas y cuyos ángulos fatigaban la geometría,
ametrallado por soldados variables, en número cambiante, que a veces lo ultimaban
desde lejos; otras, desde muy cerca. Afrontaba con verdadero temor (quizá con
verdadero coraje) esas ejecuciones imaginarias; cada simulacro duraba unos pocos
segundos; cerrado el círculo, Jaromir interminablemente volvía a las trémulas vísperas
de su muerte. Luego reflexionó que la realidad no suele coincidir con las previsiones;
con lógica perversa infirió que prever un detalle circunstancial es impedir que éste
suceda. Fiel a esa débil magia, inventaba, para que no sucedieran, rasgos atroces;
naturalmente, acabó por temer que esos rasgos fueran proféticos. Miserable en la noche,
procuraba afirmarse de algún modo en la sustancia fugitiva del tiempo. Sabía que éste
se precipitaba hacia el alba del día veintinueve; razonaba en voz alta: Ahora estoy en la
noche del veintidós; mientras dure esta noche (y seis noches más) soy invulnerable,
inmortal. Pensaba que las noches de sueño eran piletas hondas y oscuras en las que
podía sumergirse. A veces anhelaba con impaciencia la definitiva descarga, que lo
redimiría, mal o bien, de su vana tarea de imaginar. El veintiocho, cuando el último
ocaso reverberaba en los altos barrotes, lo desvió de esas consideraciones abyectas la
imagen de su drama Los enemigos.
Hladík había rebasado los cuarenta años. Fuera de algunas amistades y de muchas
costumbres, el problemático ejercicio de la literatura constituía su vida; como todo
escritor, medía las virtudes de los otros por lo ejecutado por ellos y pedía que los otros
lo midieran por lo que vislumbraba o planeaba. Todos los libros que había dado a la
estampa le infundían un complejo arrepentimiento. En sus exámenes de la obra de
Boehme, de Abnesra y de Flood, había intervenido esencialmente la mera aplicación; en
su traducción del Sepher Yezirah, la negligencia, la fatiga y la conjetura. Juzgaba menos
deficiente, tal vez, la Vindicación de la eternidad: el primer volumen historia las
diversas eternidades que han ideado los hombres, desde el inmóvil Ser de Parménides
hasta el pasado modificable de Hinton; el segundo niega (con Francis Bradley) que
todos los hechos del universo integran una serie temporal. Arguye que no es infinita la
cifra de las posibles experiencias del hombre y que basta una sola "repetición" para
demostrar
que el tiempo es una falacia... Desdichadamente, no son menos falaces los argumentos
que demuestran esa falacia; Hladík solía recorrerlos con cierta desdeñosa perplejidad.
También había redactado una serie de poemas expresionistas; éstos, para confusión del
poeta, figuraron en una antología de 1924 y no hubo antología posterior que no los
heredara. De todo ese pasado equívoco y lánguido quería redimirse Hladík con el drama
en verso Los enemigos. (Hladík preconizaba el verso, porque impide que los
espectadores olviden la irrealidad, que es condición del arte.)
Este drama observaba las unidades de tiempo, de lugar y de acción; transcurría en
Hradcany, en la biblioteca del barón de Roemerstadt, en una de las últimas tardes del
siglo diecinueve. En la primera escena del primer acto, un desconocido visita a
Roemerstadt. (Un reloj da las siete, una vehemencia de último sol exalta los cristales, el
aire trae una arrebatada y reconocible música húngara.) A esta visita siguen otras;
Roemerstadt no conoce las personas que lo importunan, pero tiene la incómoda
impresión de haberlos visto ya, tal vez en un sueño. Todos exageradamente lo halagan,
pero es notorio-primero para los espectadores del drama, luego para el mismo barónque
son enemigos secretos, conjurados para perderlo. Roemerstadt logra detener o
burlar sus complejas intrigas; en el diálogo, aluden a su novia, Julia de Weidenau, y a
un tal Jaroslav Kubin, que alguna vez la importunó con su amor. Éste, ahora, se ha
enloquecido y cree ser Roemerstadt... Los peligros arrecian; Roemerstadt, al cabo del
segundo acto, se ve en la obligación de matar a un conspirador. Empieza el tercer acto,
el último. Crecen gradualmente las incoherencias: vuelven actores que parecían
descartados ya de la trama; vuelve, por un instante, el hombre matado por Roemerstadt.
Alguien hace notar que no ha atardecido: el reloj da las siete, en los altos cristales
reverbera el sol occidental, el aire trae la arrebatada música húngara. Aparece el primer
interlocutor y repite las palabras que pronunció en la primera escena del primer acto.
Roemerstadt le habla sin asombro; el espectador entiende que Roemerstadt es el
miserable Jaroslav Kubin. El drama no ha ocurrido: es el delirio circular que
interminablemente vive y revive Kubin.
Nunca se había preguntado Hladík si esa tragicomedia de errores era baladí o admirable,
rigurosa o casual. En el argumento que he bosquejado intuía la invención más apta para
disimular sus defectos y para ejercitar sus felicidades, la posibilidad de rescatar (de
manera simbólica) lo fundamental de su vida. Había terminado ya el primer acto y
alguna escena del tercero; el carácter métrico de la obra le permitía examinarla
continuamente, rectificando los hexámetros, sin el manuscrito a la vista. Pensó que aun
le faltaban dos actos y que muy pronto iba a morir. Habló con Dios en la oscuridad. Si
de algún modo existo, si no soy una de tus repeticiones y erratas, existo como autor de
Los enemigos. Para llevar a término ese drama, que puede justificarme y justificarte,
requiero un año más. Otórgame esos días, Tú de Quien son los siglos y el tiempo. Era la
última noche, la más atroz, pero diez minutos después el sueño lo anegó como un agua
oscura.
Hacia el alba, soñó que se había ocultado en una de las naves de la biblioteca del
Clementinum. Un bibliotecario de gafas negras le preguntó: ¿Qué busca? Hladík le
replicó: Busco a Dios. El bibliotecario le dijo: Dios está en una de las letras de una de
las páginas de uno de los cuatrocientos mil tomos del Clementinum. Mis padres y los
padres de mis Padres han buscado esa letra; yo me he quedado ciego, buscándola. Se
quito las gafas y Hladík vio los ojos, que estaban muertos. Un lector entró a devolver un
atlas. Este atlas es inútil, dijo, y se lo dio a Hladík. Éste lo abrió al azar. Vio un mapa de
la India, vertiginoso. Bruscamente seguro, tocó una de las mínimas letras. Una voz
ubicua le dijo: El tiempo de tu labor ha sido otorgado. Aquí Hladík se despertó.
Recordó que los sueños de los hombres pertenecen a Dios y que Maimónides ha escrito
que son divinas las palabras de un sueño, cuando son distintas y claras y no se puede ver
quien las dijo. Se vistió; dos soldados entraron en la celda y le ordenaron que los
siguiera.
Del otro lado de la puerta, Hladík había previsto un laberinto de galerías, escaleras y
pabellones. La realidad fue menos rica: bajaron a un traspatio por una sola escalera de
fierro. Varios soldados-alguno de uniforme desabrochado-revisaban una motocicleta y
la discutían. El sargento miró el reloj: eran las ocho y cuarenta y cuatro minutos. Había
que esperar que dieran las nueve. Hladík, más insignificante que desdichado, se sentó en
un montón de leña. Advirtió que los ojos de los soldados rehuían los suyos. Para aliviar
la espera, el sargento le entregó un cigarrillo. Hladík no fumaba; lo aceptó por cortesía o
por humildad. Al encenderlo, vio que le temblaban las manos. El día se nubló; los
soldados hablaban en voz baja como si él ya estuviera muerto. Vanamente, procuró
recordar a la mujer cuyo símbolo era Julia de Weidenau...
El piquete se formó, se cuadró. Hladík, de pie contra la pared del cuartel, esperó la
descarga. Alguien temió que la pared quedara maculada de sangre; entonces le
ordenaron al reo que avanzara unos pasos. Hladík, absurdamente, recordó las
vacilaciones preliminares de los fotógrafos. Una pesada gota de lluvia rozó una de las
sienes de Hladík y rodó lentamente por su mejilla; el sargento vociferó la orden final.
El universo físico se detuvo.
Las armas convergían sobre Hladík, pero los hombres que iban a matarlo estaban
inmóviles. El brazo del sargento eternizaba un ademán inconcluso. En una baldosa del
patio una abeja proyectaba una sombra fija. El viento había cesado, como en un cuadro.
Hladík ensayó un grito, una sílaba, la torsión de una mano. Comprendió que estaba
paralizado. No le llegaba ni el más tenue rumor del impedido mundo. Pensó estoy en el
infierno, estoy muerto. Pensó estoy loco. Pensó el tiempo se ha detenido. Luego
reflexionó que en tal caso, también se hubiera detenido su pensamiento. Quiso ponerlo a
prueba: repitió (sin mover los labios) la misteriosa cuarta égloga de Virgilio. Imaginó
que los ya remotos soldados compartían su angustia: anheló comunicarse con ellos. Le
asombró no sentir ninguna fatiga, ni siquiera el vértigo de su larga inmovilidad.
Durmió, al cabo de un plazo indeterminado. Al despertar, el
mundo seguía inmóvil y sordo. En su mejilla perduraba la gota de agua; en el patio, la
sombra de la abeja; el humo del cigarrillo que había tirado no acababa nunca de
dispersarse. Otro "día" pasó, antes que Hladík entendiera.
Un año entero había solicitado de Dios para terminar su labor: un año le otorgaba su
omnipotencia. Dios operaba para él un milagro secreto: lo mataría el plomo alemán, en
la hora determinada, pero en su mente un año transcurría entre la orden y la ejecución
de la orden. De la perplejidad pasó al estupor, del estupor a la resignación, de la
resignación a la súbita gratitud.
No disponía de otro documento que la memoria; el aprendizaje de cada hexámetro que
agregaba le impuso un afortunado rigor que no sospechan quienes aventuran y olvidan
párrafos interinos y vagos. No trabajó para la posteridad ni aun para Dios, de cuyas
preferencias literarias poco sabía. Minucioso, inmóvil, secreto, urdió en el tiempo su
alto laberinto invisible. Rehizo el tercer acto dos veces. Borró algún símbolo demasiado
evidente: las repetidas campanadas, la música. Ninguna circunstancia lo importunaba.
Omitió, abrevió, amplificó; en algún caso, optó por la versión primitiva. Llegó a querer
el patio, el cuartel; uno de los rostros que lo enfrentaban modificó su concepción del
carácter de Roemerstadt. Descubrió que las arduas cacofonías que alarmaron tanto a
Flaubert son meras supersticiones visuales: debilidades y molestias de la palabra escrita,
no de la palabra sonora... Dio término a su drama: no le faltaba ya resolver sino un solo
epíteto. Lo encontró; la gota de agua resbaló en su mejilla. Inició un grito enloquecido,
movió la cara, la cuádruple descarga lo derribó.
Jaromir Hladík murió el veintinueve de marzo, a las nueve y dos minutos de la mañana.
1943

EL MILAGRO SECRETO
JORGE LUIS BORGES

martes, 5 de octubre de 2010

Realismo Edípico


REALISMO EDÍPICO

Una mujer y su hijo cruzan ahora la calle Monroe.
El Niño, en delantal celeste y pantaloncitos blancos, no mira en ningún momento del trayecto a los autos que doblan pudiendo matarlo; permanece extasiado besando el brazo de su madre que lo sostiene- besa esa brazo y sonríe.

Supuse que esto alegraba a la madre, un hijo besándola sin parar, arriesgando su vida por besarla; sin embargo, agarra al niño de una orejita y se la retuerce con encono.

Supuse que esto desagradaría al niño; sin embargo, su risa se acentúa y comienza a besar el brazo con mayor intensidad.

Federico Levín
OLIVERIO (2006)

 FREUD, EL PSICOANÁLISIS Y EL COMPLEJO DE EDIPO

Según Hermann Broch "el transfondo cultural de la vida y la obra de Freud era Viena y los años decisivos para él fueron los del cambio de siglo. 
La idea del psicoanálisis nació en esta atmósfera austríaca, o mejor contra esta atmósfera"
EL ambiente de la Viena del fin del siglo XIX desempeñó un papel de primer orden en la obra de Freud, que dio lugar al nacimiento de la teoría psicoanalítica. 

La crisis del liberalismo austríaco y la crisis civilizatoria que se desarrolló, en Viena afectó la escala de valores.  Desde las estructuras patriarcales y familiares, hasta los roles sociales, profesionales y sexuales, pasando por los valores éticos, llegó incluso a cuestionar el principio de realidad y al estatus del Yo.  Debido al estallido de la relación problemática entre sujeto y objeto, contribuyeron a gestar la teoría freudiana.

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Freud a través de la teoría psicoanalítica trató de afrontar la disolución de la civilización presente en el decadentismo vienés, por medio de su interpretación del narcisismo, que articuló mediante su teoría de las pulsiones, entre Eros y Thanatos -o la pulsión de la muerte-. 

Freud intentaba dar con una teoría general que posibilitase la reconstrucción de la racionalidad en crisis por caminos distintos a los propuestos por Karl Marx y Ernst Mach, sobre la base de la restitución psicológica del sujeto, a través del restablecimiento de las relaciones entre el inconsciente y la esfera consciente que superase la disolución del sujeto

Para Freud, era necesario sacar a la superficie los deseos irrealizables propios de la naturaleza humana, reprimidos por el proceso civilizatorio de toda cultura, frente a la huida de la realidad en un mundo de sueños contenida en el movimiento secessionista.

En contraposición a Karl Kraus, propugnó que la liberación sexual debía manifestarse, mediante el análisis, en el "rechazo de las pulsiones sexuales desde el punto de vista de una instancia superior".

  Hofmannsthal y Schnitzler reaccionaron a su vez contra las pretensiones normalizadoras del psicoanálisis freudiano.  Schnitzler decía: "Ciertamente intentamos, en lo posible, crear un orden dentro de nosotros, pero este orden es sólo algo artificial. Lo que es natural es el caos... Los caminos que llevan a la oscura región del alma son mucho más numerosos que los que sueñan (e interpretan) los psicoanalistas".


Freud en la primera fase de su teoría de la neurosis, influenciado por el malthusianismo y la relación conflictiva entre el ideal higienista y la dependencia represora de los hijos respecto de los padres, identificó el origen de la neurosis en el orden moral vigente, que impedía la realización satisfactoria de la pulsión sexual.  Por ello  se hacia necesaria la liberación de los comportamientos sexuales, pero también de las esferas de la educación, el lenguaje y el pensamiento. 

Algunos años más tarde, en 1897, totalmente insatisfecho con esta explicación de la neurosis la consideró superada y a partir de ese momento situó las causas de la neurosis en la propia sexualidad y no en el orden moral.

De esta forma, Freud pretendió salvar el orden moral y, por tanto, racional, desplazando desde la figura del padre, representante de ese orden, hacia las pulsiones sexuales del individuo en su infancia los orígenes de la neurosis, culpables del desorden psicológico que ponía en peligro el orden moral. 

En la interpretación freudiana del complejo de Edipo las agresiones proceden siempre del niño.
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En la interpretación de los sueños, fechada en 1900, Freud prosiguió su tarea de rehabilitación del orden social. Los síntomas neuróticos, lapsus, temas oníricos... fueron explicados por Freud como resultado de fantasías, impulsos reprimidos o, dicho con otras palabras, como deseos inconscientes. 

La revolución se transformó en un sueño edípico, que debía ser resuelto en la consulta del psicoanalista.
Sin embargo, la pretensión freudiana de salvar el orden de la moral social no resultaba tan sencilla, y en 1912 se vio obligado a desarrollar otra teoría mítica de la civilización en Totem y tabú
En ella se reconocía la represión sexual por parte del padre, (aunque la situaba en los albores del nacimiento de la civilización), a través de la prohibición del incesto, que dio lugar a la aparición del complejo de Edipo. 

La superación del mismo estableció la renuncia al incesto y al parricidio -y con él, a la revolución- y el respeto del resto de los tabúes.



En más allá del principio del placer, aparecido en 1920, Freud no pudo ignorar los efectos de la Primera Guerra Mundial en la aparición cuadros neuróticos, por lo que tuvo que recuperar con mayor vigor la pulsión entre amor y muerte. De esta manera, para Freud Eros y Thanatos se constituyeron en "las fuerzas primordiales cuyo conflicto domina todo misterio del mundo". Después de la Gran Guerra ya no era posible seguir manteniendo que todos los sueños representaban una satisfacción de los deseos reprimidos; que todo estaba, por tanto, sometido al principio del placer. Lo social, el orden moral volvía a reaparecer con fuerza a la hora de explicar el desorden del sujeto, a través de la relación entre inconsciente y consciente. La solución a la crisis civilizatoria mediante la culpabilización de la sexualidad infantil -como origen de la neurosis- se tornaba enormemente problemática tras la hecatombe de la Gran Guerra.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

JUICIO DE RESIDENCIA

                          







                             El juicio de residencia fue un procedimiento judicial del Derecho Castellano e Indiano.
Consistía en que al término del desempeño de un funcionario público se sometían a revisión sus actuaciones y se escuchaban todos los cargos que hubiese en su contra.
                             El funcionario no podía abandonar el lugar donde había ejercido el cargo, ni asumir otro hasta que concluyese este procedimiento.   Generalmente el encargado de dirigir el proceso, llamado JUEZ DE RESIDENCIA, era la persona ya nombrada para sucederle en el cargo. Las sanciones eran variables, aunque frecuentemente consistían en multas.
                             El juicio de residencia tuvo  gran importancia e incluyó a  toda clase de funcionarios, desde Virreyes y Presidentes de Audiencia, hasta Alcaldes y Alguaciles.

                           Todos los virreyes debían afrontar su juicio de residencia antes de que su sucesor tomara posesión del cargo, pero en el siglo XVIII estos juicios se realizaban una vez que había regresado a España.

                             En este largo proceso se analizaba el grado de cumplimiento de las instrucciones recibidas a lo largo de su mandato y durante seis meses se investigaba su labor, reuniendo numerosa información a través de diferentes testigos.       El juicio era sumario y público. Terminado el mismo, si era positivo, la autoridad sobreviniente podía ascender en el cargo; en cambio, si el enjuiciado había cometido cargos, errores o ilegalidades, podía ser sancionado con una multa o la prohibición vitalicia de ejercer un cargo.


                             Otra de las fórmulas empleadas por la Corona para controlar a sus funcionarios, incluido el virrey en su calidad de presidente de la audiencia, era a través de la inspección conocida con el nombre de VISITA. Efectuada por un visitador, nombrado para el caso por el rey, tenía como fin conocer los abusos cometidos por las autoridades, proponiendo las reformas necesarias.

lunes, 23 de agosto de 2010

POLVO DE ESTRELLAS...LA ORGÍA CÓSMICA




<<< Whenever people agree with me I always feel I must be wrong. >>>
Oscar Wilde, Dramaturgo y poeta irlandés (1854 - 1900)

microsiervos.com


Les voy a contar muy sucintamente la historia de la Orgía Cósmica que generó la plaga humana.
The scientif people essentially agree with this, o sea la historia es más o menos como sigue.
A partir del evento conocido como BIG BANG (O GRAN EXPLOSIÓN generadora del Universo a partir de la Nada) se tuvo una SOPA CÓSMICA de quarks, electrones, neutrinos y fotones y una temperatura del Demonio (millones de grados centígrados). Esas partículas elementales tenían tanta energía que se juntaban y se separaban todo el tiempo.
Luego de los primeros instantes y todavía con enormes temperaturas (pero un poco menores que al principio) comenzaron a juntarse y mantenerse unidas originando los primeros núcleos de los elementos químicos más livianos (como el Hidrógeno, el Helio, el Litio). Se "fusionaron" y dieron lugar al proceso conocido como NUCLEOSÍNTESIS PRIMORDIAL.
Pero, nosotros no estamos hechos de elementos tan livianos...(por lo menos yo no, que he hecho acopio de los hidratos de carbono).


Y los elementos más pesados que se obtienen uniendo núcleos de Helio y demás, no pudieron haberse formado así porque el Universo se fue enfriando más o menos rápido y ya no hubo fusión.
So..."what pass, papi?" diría Moria.
Pasó que una vez calmada la temperatura, apareció en escena la fuerza gravitatoria (fuerza más atractiva que el amor, porque nunca es repulsiva) dando lugar a la formación de las primeras estructuras astrofisicas y éstas terminaron generando las estrellas.
Cuando estas estructuras alcanzaron un densidad adecuada (fueronn acumulando materia gracias a la propiedad atractiva de la gravitacion), los núcleos estelares lograron apretar lo suficiente a los elementos como para que se produjese nuevamente fusión nuclear.
Este proceso es el de NUCLEOSÍNTESIS ESTELAR y como resultado del mismo se "cocinaron", a partir de los elementos más livianos, los elementos más pesados de la tabla periódica de MENDELEIEV. (¡¡¡¡Nuestros pedacitos primordiales!!!!)
Cuando este combustible nuclear se acabó, la presión de radiación de la estrella ( o sea, Las Flatulencias Cósmicas generadas por las fusiones nucleares), no logró contrarrestar la atracción gravitatoria entre sus propias partes constituyentes y colapsó. (La gorda juntó tanta masa que reventó!!!)
En general, el colapso gravitatorio, dará origen a diversos tipos de objetos compactos, (como enanas blancas o agujeros negros), según la masa que la estrella haya conseguido reunir y en la antigüedad recibía el nombre de "NOVA" o "SUPERNOVA", porque de golpe en el cielo aparecían "estrellas nuevas" y luego desaparecían sin saberse el motivo.
supernova de Casiopea


En este colapso gravitatorio los elementos más pesados son dispersados por el espacio intergaláctico para ser luego acumulados en otras estrellas en formación... Asi, en sucesivas etapas, estos elementos llegaron a una nebulosa primitiva (como aquélla propuesta por Immanuel Kant en 1755) que dio origen al Sol y a su escolta de planetas y A NOSOTROS .... Esto es, somos POLVO DE ESTRELLAS...